Los acreedores quieren cobrar

(ARCHIVO) El vocero del FMI, Gerry Rice, Foto NA: IMF Photo/Cory Hancock



BUENOS AIRES (NA) — La diplomacia es una parte esencial de la política internacional, pero en un mundo regido desde siempre por intereses económicos no es suficiente si no es acompañada por hechos concretos.

El presidente Alberto Fernández concluyó su periplo por cuatro países europeos y recogió de sus interlocutores muestras de apoyo en medio de las negociaciones que la Argentina lleva a cabo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) a la espera de arribar a un entendimiento que permita aliviar la carga de vencimientos con el organismo, así como una solución similar con las naciones acreedoras agrupadas en el Club de París.

Un repaso a las declaraciones de Kristalina Georgieva, Emmanuel Macron, Sergio Mattarella, Pedro Sánchez y António Costa no puede menos que tener una conclusión favorable.

Todos se manifestaron proclives a que la Argentina pueda arribar a una solución en los dos frentes señalados, aunque también habría que reconocer que no cabía esperar algo diferente.

Así es el ámbito de la diplomacia, mucho más cuando los encuentros no son entre figuras de segundo nivel sino entre jefes de Estado, en los que suelen tenerse en cuenta los mínimos detalles para que nadie saque conclusiones apresuradas.

Después de todo, ¿alguien podía esperar que Macron le dijera públicamente a Fernández que Francia no estaba de su lado? Más allá de la pertenencia política de cada presidente, en el Palais de l Élysée saben que el Club de París se constituyó hace más de seis décadas precisamente para tratar la deuda que tenía con varias naciones europeas un país específico.

Ese país se llama Argentina y desde entonces, las visitas de presidentes y ministros reclamando una solución a sus problemas financieros se ha vuelto una escena repetida.

Tan repetida como las declaraciones de ocasión de Georgieva, similares a las que también pronunciaron Christine Lagarde, Dominique Strauss Kahn y todos sus predecesores.

Los estragos causados por la pandemia de coronavirus son universales y difícilmente tengan valor en las mesas de discusiones.

Todavía no se cumplió un año del anuncio de la restructuración de la deuda con los acreedores privados y, además, los interlocutores de Fernández son conscientes de las buenas perspectivas que se le abren a la luz de las más altas cotizaciones de la soja de los últimos nueve años.

Y que dos meses de compras de divisas del Banco Central son más que suficientes para afrontar los compromisos del Club de París.

Quien preste atención al valor de las palabras en el marco de la diplomacia, sabrá entender el sentido de decir “seguir trabajando” después de más de un año de gestiones y dos visitas a Buenos Aires de la misión del FMI.

Si sólo alcanzara con las buenas intenciones, el problema ya estaría resuelto.

Pero los acreedores quieren lo que siempre quisieron y querrán: cobrar.